DE MIS DIAS TRISTES

En 1999 el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile publicó el libro "De mis días tristes" donde cuento algo sobre la vida y obra de mi abuelo, el poeta, pintor, dramaturgo, crítico de arte y cuentista chileno, Manuel Magallanes Moure (1878-1924) El nombre de cada capítulo corresponde al título de uno de sus poemas, los que pueden leerse completos en el Link Los poemas de mi abuelo. El prólogo es de la escritora Ana María Güiraldes.

31.1.08

22.- EN LA QUIETUD DE LA TARDE

En la quietud de la tarde,
frente a la abierta ventana
que ensombrecían los árboles
de la calle solitaria,
hablamos de mi partida.

Busqué tus ojos y fijos
en la lejanía estaban
y con oculta alegría
los vi anegados de lágrimas.


Ha pasado un mes desde que Manuel hablara con su hermano Valentín acerca de su viaje a Europa y todavía no encuentra el momento para decírselo a Amalia y a Mireya. En el intertanto ha recibido otra carta de Ried desde Burdeos en la cual le reitera su invitación agregando que ya se ha contactado con algunos amigos comunes en París, como Plaza Ferrand y Manuel Thomson que estarán felices de ayudarlo en lo que necesite. Le advierte también que debe decidir con anticipación la fecha de su viaje para hacer las reservas necesarias en el barco que lo llevará a Europa, ya que lo ideal sería salir desde Valparaíso. En caso contrario deberá viajar a Buenos Aires para zarpar desde allá.

Esa noche, madre e hija intercambian miradas sorprendidas ante la extraordinaria locuacidad y simpatía de Manuel, que incluso se da maña para piropear a su cuñada Ana que estrena nuevo peinado. Terminada la cena les pide que pasen al salón. Las tres se sientan expectantes. El se pasea, nervioso, mientras enciende un cigarrillo.

Les tengo una sorpresa. He recibido una invitación de nuestro amigo Alberto para que vaya a visitarlo a Francia . Ustedes saben que, conocer París, ha sido el sueño de mi vida. Y ¿qué les parece?

Pero papá, dijiste que ya nada volvería a separarnos.

Lo sé, Mireya. Será un viaje corto. Unos meses solamente. Podremos escribirnos todos los días, si tú quieres.

Y ... ¿cuándo te vas?

Pienso que podría ser en octubre o noviembre. Depende de la fecha en que salga algún vapor para Europa desde Valparaíso. Y depende también de lo que opine tu mamá ... ¿qué dices, Amalia? ¿Por qué te quedas ahí de pie frente a la chimenea como si no escucharas lo que digo? Mírame. Dime algo. Prefiero oír tus quejas en lugar de oír tu silencio.

No habrá quejas, Manuel. Puedes partir cuando quieras. ¿Hay algo más? La verdad es que me muero de sueño.


La voz de Amalia suena más cansada que ácida, antes de abandonar el salón. Tras ella sale su hija, llorando desconsoladamente. Sólo Ana permanece sentada junto al fuego. Manuel se sienta a su lado y ambos permanecen en silencio hasta que las brasas se consumen y el frío comienza a adueñarse de todo.

A primera hora de la mañana Manuel va a la oficina de Valentín. Hay que actuar con rapidez para que todos los detalles del viaje puedan llevarse a cabo sin problema. Enseguida se dirige a El Mercurio para hablar con Guillermo Pérez de Arce. Este le ofrece enviarlo como corresponsal del diario, lo que no le reporta ventajas económicas, pero resultará muy conveniente en lo que a relaciones públicas se refiere. Tendrá que enviar algunos artículos de su viaje que no le quitarán mucho tiempo, A cambio de esto, podrá mantener el contacto con Chile y contar con el respaldo y prestigio de El Mercurio, así es que acepta feliz.

Al caer la tarde, cansado y nervioso, Manuel toma el tren de regreso a San Bernardo.

Parece que mis sueños finalmente se harán realidad. Pero Amalia no me engaña.

Su indiferencia enmascara su dolor ante lo inevitable. ¡Pobre Amalia mía! Creo que nunca comprenderá cuánto la quiero...

20.12.07

21.- DIA DE LLUVIA

Sobre el oro enrojecido
de los follajes de otoño
tiende el nutrido aguacero
su amplio velo nebuloso.


Manuel recupera el equilibrio.

Finalmente ha podido liberarse del hechizo de Sara, cansado de luchar contra esa pasión que casi acaba con su vida. Lejos han quedado los días de locura, como lejanos le parecerán, con el tiempo, estos versos de ella

Nunca, nunca otros labios te besarán así,
Ni ojos habrá que lloren de amor, como he llorado.
Ni manos que temblando se acerquen hasta ti

Con la ternura inmensa con que yo me he acercado.

... Y cuando yo haya muerto y camines doliente
Evocando mi nombre ante cada mujer
Como yo te llamaba, me llamarás ferviente
Y ya no podrá ser.

La oscuridad y la tristeza ya son cosa del pasado. La noche de Navidad, encuentra muy unida a la familia Magallanes Vila. Como en los viejos tiempos, el piano se adueña del salón y tanto Amalia como Mireya sorprenden a Manuel con nuevas interpretaciones. El se siente tan contento que busca su guitarra y canta emocionado para ellas, hasta agotar su repertorio. Cuando llega la medianoche, se abrazan efusivamente.

Ese verano, el sol penetra a raudales por las ventanas, que han permanecido cerradas largo tiempo

Si antes amé la sombra fue porque había en mi alma
la inquietud de un secreto, la angustia de una falta.
Si antes amé la sombra, hoy la luz me hace falta.

Quiero que el primer rayo de sol entre en mi estancia
y que se extinga en ella su última mirada.

En 1921, la editorial de Joaquín García Monje publica en San José de Costa Rica, una recopilación de poemas de Magallanes Moure. El libro se llama Florilegio y es el mismo Manuel quien hace la selección.

El prólogo es de Pedro Prado

Tan lejos en el arte de la vana literatura, como en el amor del sensualismo, representa en la intelectualidad chilena uno de sus más altos y puros valores. Orgullosamente sabemos que es reconocido más allá de nuestras fronteras.

Lee sus poemas y repara en cómo trasciende de ellos una cosa viva...

Ser amigo de un poeta de su clase, y frecuentar su trato, es como salir lejos: al campo, al mar, a la montaña. Se está allí tan deliciosamente. ¡Se recupera y se comprende, y se ahonda uno a sí mismo, con tal facilidad!

Cuando se regresa de aquellos sitios, un nuevo vigor entona nuestro cuerpo, nuestras palabras son más seguras y serenas, y unos deseos vagos y grandes nos mecen y acarician como aires benignos.

El invierno se presenta frío y tormentoso, alterando la rutina de los habitantes de San Bernardo. Los braseros se hacen pocos para temperar las casas y el viento se cuela por las rendijas.

La de hoy es una noche negra en que parece que hasta la luna se hubiera congelado. Manuel, sentado frente a su escritorio, vuelve a leer la carta que le enviara su amigo Alberto Ried, cónsul de Chile en Burdeos. En ella lo invita para que vaya a pasar una temporada a su casa y luego recorran juntos la Ciudad Luz... ¡París!... ¡Toda la vida ha soñado con conocer París! Y ahora se presenta esta oportunidad...

¿Cómo hacerlo? ¿Entenderá Amalia que él quiera viajar?

Y Mireya ¿entenderá esta nueva separación?

¿No será mucho pedir a ambas?

Sueños, sueños míos
de felicidad:
oscureced aquellas lámparas
que brillan con luz espectral.

A la mañana siguiente decide que lo mejor será conversar acerca de sus planes con su hermano Valentín, quien trabaja en el Ministerio de Hacienda del presidente Alessandri. Las distintas circunstancias de la vida los han mantenido un tanto alejados, pero se quieren mucho y para Manuel es muy importante saber si cuenta con el apoyo de su hermano mayor.

Valentín le ofrece toda su ayuda, siempre y cuando Amalia esté de acuerdo con el viaje.

Encerrado en su biblioteca, Manuel extiende el atlas con el mapa de Europa donde un sinfín de ríos rojos muestra los distintos recorridos que sueña realizar algún día. Su mente vuela. Imagina gentes y lugares. Adivina calles y contempla edificios. Camina por las orillas del Sena y se detiene frente a Notre Dame. Sube los peldaños que conducen a la Iglesia de Sacre Coeur y desde allí sobrevuela París. Se pierde por los senderos de Pére Lachaise, en busca de la tumba de Alfred De Musset. Se emociona al pensar en tanta maravilla sin sentir cómo la noche avanza.

Manuel. ¿Qué haces todavía en pie? No vayas a pescar un resfrío. La noche está muy helada...

La tierna voz de Amalia, interrumpe sus sueños de felicidad. Apaga la bujía que se mantenía aún encendida y sale de la habitación, después de guardar cuidadosamente los mapas. Camina por el corredor que conduce a los dormitorios. Besa la frente de Mireya dormida y luego abraza con fuerza a su esposa que sorprendida lo interroga con la mirada. El sonríe, misteriosamente, y comienza a desvestirse.

Mañana hablará con ambas. Mañana...

9.11.07

20.- EL CAMINO SOLITARIO

El camino sigue, ondula
por sobre los cerros áridos
y por él va sólo el ruido
de nuestros lentos caballos.

Los dos juntos, los dos solos,
lejos de todo poblado...

¡Que nunca te detuvieras,
buen camino solitario!

En 1918, aparece en las librerías, La Casa Junto al Mar.

Pedro Prado, uno de sus amigos más queridos, le escribe comentándole su, recién publicado, libro de poemas.

Tú sabes, Manuel, mi opinión sobre tus últimas producciones...
En éste, tu último libro, se hallan las poesías más bellas y más hondas que hayas escrito y que contarán siempre entre las mejores de nuestra literatura.

Manuel, quisiera hablar contigo sobre todo esto, aquí en este sitio propicio. Las dos naves de antiguas paredes, que conservan huellas de toneles y aún huelen a viejos vinos saben albergar otras causas de ensueño y de locura. Si tú vienes tañeré siete veces la campana de esta chacra...

Subiremos a lo alto de la torre y después de contemplar largamente todo lo que encierra el círculo del horizonte, hablaremos cada vez más a las perdidas, de cosas imprecisas.

¿Te espero el sábado a almorzar?


La invitación de Prado, tendrá que esperar. Julio Bertrand, el arquitecto inquieto que bosquejara la Torre de los Diez, muere a los treinta años de edad, después de una larga agonía,

Es el primero de los hermanos decimales que abandona el grupo y su partida los conmueve profundamente

Manuel siente la necesidad de pintar pero los colores de su paleta le parecen demasiado festivos en medio de su pena, entonces, mientras recuerda a su amigo desaparecido, enluta en carboncillo los árboles de San Bernardo.

Camina por las calles de la ciudad tratando de dejar en ellas su tristeza y acuden a su mente los versos de la Elegía, que escribiera en 1904 para su gran amigo, Isaías Gamboa.


Así, en la sombra, hermanos, acerquémonos
para hablar del hermano que se ha ido.

¿Recordáis su semblante atormentado?

Eran sus ojos, que agobió el hastío,
tristes como la llama de una lámpara
que ardiera en pleno día; cual dos cirios
ante un rayo de sol. Y en lo más hondo
de sus hondas pupilas, el fatídico
desfile de las negras obsesiones.

Y se cumplió el destino.

22.10.07

19. - JAMÁS


Ante nosotros las olas
corren, corren sin cesar
como si algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás.

Manuel se ha recuperado de la pleuresía que lo afectaba y está de vuelta en San Bernardo. Junto a sus amigos del grupo Los Diez, se entusiasma con el proyecto de una Torre que construirán para efectuar sus sesiones, lejos de la ciudad. Les han ofrecido, en donación, un sitio en Las Cruces de Cartagena. Bertrand se encarga de dibujar los planos.

En una puntilla, de rocas enormes como catedrales, se elevará la mítica Torre, que será roja y tendrá una altura de más de treinta metros.

Realizan frecuentes paseos a Las Cruces, donde disfrutan tanto del paisaje como de la mutua compañía e incluso algunos, como González, llevan sus pinturas para traspasar a la tela la belleza de las rocas y mareas. Pero el anhelado proyecto nunca se lleva a cabo y la torre permanece sólo en bosquejos.

Manuel no consigue olvidar a Sara y en medio de su confusión al ver sufrir a Amalia, imagina este diálogo:

Dice la esposa: ¿no es cierto
que nunca habrás de tornar
junto a esa mujer lejana?
Y yo le digo: ¡jamás!

Ella pregunta: ¿no es cierto
que ya nunca volverás
a celebrar su hermosura?
Y yo respondo: ¡jamás!

Ella interroga: ¿no es cierto
que nunca habrás de soñar
con sus fatales caricias?
Y yo respondo: ¡jamás!

Amalia, en tanto, disfruta de la compañía de Ana, quien se ha ido a vivir con ellos, después de la muerte de Álvaro. Ha sido muy bueno para ella tener a su hermana cerca. Siempre fueron muy unidas y ahora, cuando la vida se hace más difícil de sobrellevar y empiezan los primeros achaques, resulta gratificante esta cercanía.

¿Qué lees, Amalia, con tanta atención?
Las Desencantadas, de Pierre Loti.
¿De qué trata?
Es un libro sobre el desencanto de aquellas musulmanas, que han estado durmiendo al amparo de sus tradiciones. De pronto les llega el soplo de Occidente y despiertan al padecimiento de saber lo que es el mundo. Lo que es la vida...
¿Es un libro histórico?
No, Ana, es una novela de amor. Del más romántico amor que puedas imaginar.
Y tú, Amalia, ¿es que todavía crees en el amor?
Nunca he dejado y nunca dejaré de creer en el amor, hermana. Nunca.


Ese amor, que todo lo puede, logra endulzar el corazón de Amalia y le permite seguir junto a Manuel, aún sabiendo que él sigue enamorado de otra mujer.
Él, por su parte, anhela la paz y tranquilidad que siente cada vez más lejanas. Sufre por no poder hacer feliz a Amalia, pero no puede liberarse de esta pasión enfermiza que todavía nubla su mente.

Ella pregunta: ¿no es cierto
que ya nunca la amarás
como la amaste hasta ahora?
Y yo contesto: ¡jamás!

Ella interroga: ¿no es cierto
que su imagen borrarás
de tu mente y de tu alma?
Y yo murmuro: jamás...


Los dos callamos. Las olas
corren, corren sin cesar
como si algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás!

4.10.07

18.- ALMA MÍA

Alma mía, pobre alma mía,
tan solitaria en tu dolor:
enferma estás de poesía,
alma mía llena de amor.

Crees que la vida es un cuento,
crees que vivir es soñar...
Pobre alma sin entendimiento
hora es ésta de razonar.

Hay momentos en que Manuel recupera la cordura y toma decisiones respecto a la temperamental Sara, pero apenas está junto a ella, sus fuerzas flaquean y no puede dejarla.

En el intertanto recibe apasionadas cartas de Lucila Godoy

Por ahorrarte una lágrima andaría un camino de rodillas.

De rodillas: esa es mi actitud de humildad para ti, y de amor. Y nunca yo he sido una humilde, aunque la gente crea eso de mí, por mi cara de monja pacífica. Mira, he tomado mi café (tiritaba de frío) y he cerrado los ojos para verte, y he exaltado mi amor hasta la embriaguez y hubiera querido prolongar el gozo muchas horas. Te adoro, Manuel. Todo mi vivir se concentra en este pensamiento y en este deseo: el beso que puedo darte y recibir de ti. ¡Y quizás - seguramente - ni pueda dártelo ni pueda recibirlo!

Son tiempos difíciles para Manuel que además se sabe amado por otra poetisa que es la mujer elegida por uno de sus mejores amigos.

Son años difíciles para este confundido poeta que dialoga con su propia alma

Ve que la vida no es aquella
que te forjaste en tu candor:
la vida con amor es bella
pero es más bella sin amor.

Ve, alma mía, pobre alma mía,
ve y empéñate en comprender
que el amor es melancolía
y es amargura la mujer.

Para ocupar su mente en otros quehaceres, participa activamente en el grupo de Los Diez. Los hermanos decimales se reúnen muy a menudo, en la chacra de Pedro Prado. Además de estar unidos por una profunda amistad, los une la común inquietud por las artes y las letras. Los primeros integrantes de este grupo son, además de Pedro y Manuel, Juan Francisco. González, Armando Donoso, Julio Bertrand, Alberto Ried, Alberto García Guerrero, Alfonso Leng, Acario Cotapos y Augusto D’Halmar. La Revista de los Diez aparece en la primavera de 1916.

Ese mismo año, Manuel, junto a Prado y Ried, realiza su primera exposición de pinturas en los salones del diario El Mercurio. El nerviosismo inicial es compensado con una excelente aceptación del público y los tres artistas venden casi todas sus telas.

Por un tiempo, se olvida de todos sus problemas amorosos y pasa días felices junto a Amalia y Mireya quienes lo llenan de cariño apoyando todos sus proyectos.

Manuel empieza a sentirse débil y fatigado. Un insistente dolor en el pecho, lo despierta por las mañanas. El lo atribuye a exceso de cigarrillos, pero los exámenes revelan una pleuresía. Su médico recomienda descanso y aire puro, lejos de las preocupaciones y en contacto con la naturaleza.

Entonces, se va a pasar una larga temporada a El Melocotón, en plena cordillera, para hacer el reposo que le han aconsejado.

Sus días transcurren relajadamente. Tiene su caja de pinturas y telas que, poco a poco, se van llenando de colores y formas.

Misia Teresa Carvallo, la dueña de la residencial donde él se aloja, es su principal crítica.

-¿Y por qué no pinta esta casa, don Manuel? Siempre árboles y cerros... ¿No se aburre?

-Tienes razón, Teresa. En esta tela que acabo de recibir, dejaré plasmada esta casita de El Melocotón en donde he sido tan feliz. ¡Que buena idea me has dado, mujer!

Me ubicaré a este lado, para pintar el parrón en primer plano y poder abarcar desde las gradas de entrada hasta los álamos del fondo...

Durante su convalecencia recibe cartas. De Sara, las que lo atormentan y desvelan. De sus amigos, las noticiosas y alegres. De su hija Mireya, las más esperadas y queridas; las que no demora en contestar.

Me sobró un poquito de tiempo y lo he empleado en pintar a vuelo de pincel este paisaje, bastante raro, pero real, pues lo vi así más o menos el día que trepé cerros durante tres horas consecutivas para llegar a la nieve. Como posiblemente no lo entiendas, te diré que, en primer término, es decir, adelante, hay una loma con hierbas y un arbolito. Luego, nieve; después, matorrales azules y al fondo una cordillera nevada.

Si no ves todo esto, es porque no estás en Gracia de Dios.

Las cartas de Lucila continúan llegando. El le cuenta que sufre mucho al no poder dejar a Sara y le pide que sirva de intermediaria entre ellos. A pesar de esto, a pesar de saber que su amor no es correspondido, las cartas de ella, siguen siendo cada vez más encendidas.

Me tortura hasta la desesperación ver lo que pasa en mí, ver cómo me voy encariñando con Ud.; cómo de quimera se va esto haciendo verdad inmensa, y tener la certidumbre de que no podrá , a pesar de toda su abnegación, quererme cuando me conozca.

... Cuide de su cuerpo, pero sobre todo cuide de su espíritu. No esté deprimido. Hágase la voluntad de no sufrir más por ella.

Será una cosa tan amarga para mí hallarla entre Ud. y yo, como un muro que impida que el calor de mi corazón sea sentido por el suyo...

... Tengo la seguridad absoluta de que nadie me quiso jamás. ¿Había de quererme Ud., Manuel, que es un espíritu amasado de estrellas, cuando el otro que tenía barro en el corazón, que era menos que yo, no me quiso?...

Hoy que lo sé enfermo se me hincha el pecho de una dulzura mayor aún para Ud.

¡Si pudiera darle una porción de vida, como se da un beso! Yo le pediría que me dejara sólo la que precisan tres años más. El resto se lo haría beber a grandes sorbos.

Sus hermanos decimales, se turnan para ir a hacerle compañía e intercambiar apreciaciones sobre temas literarios y artísticos.

Sólo Amalia permanece ausente. Como si no estuviera enterada de nada. Como si no le importara lo que a él le pasa. Ni una carta. Ni una visita. Nada...

Manuel camina por los senderos montañosos y siente que en contacto con la naturaleza, poco a poco, recupera su fuerza y su salud.

Coge, alma, la flor del momento
y no la quieras conservar.
Si se marchita, échala al viento,
que lo demás fuera soñar...

Y mi alma dijo: En mi embeleso
oí tu voz como un cantar,
¿Sabes? Soñaba con un beso
robado a orillas de la mar.

1.9.07

17.- APAISEMENT


Tus ojos y mis ojos se contemplan
en la quietud crepuscular.
Nos bebemos el alma, lentamente
y se nos duerme el desear...

Sara Hübner, la exuberante y misteriosa intelectual, de mirada profunda y envolvente, es la inspiradora de estos versos. Ella es la hermosa feminista que logra hechizar a Manuel con el verde sobrenatural de sus ojos y su estado de permanente agonía.

Manuel y Sara se aman en francés, idioma que ambos dominan. Pierden la cabeza como niños y olvidando las promesas de fidelidad matrimonial inician un apasionado romance.

Me sabes tuyo, te recuerdo mía.
Somos el hombre y la mujer.
Conscientes de ser nuestros, nos miramos
en el sereno atardecer.

Son del color del agua tus pupilas:
del color del agua del mar.
Desnuda, en ella, se sumerge mi alma,
con sed de amor y eternidad.

Mireya es sólo una niña cuando ve por las noches salir a su padre. Una mujer, con el rostro cubierto por un velo, lo espera en un coche tirado por caballos, frente a la puerta de su casa. Cuando él regrese, la niña ya se habrá dormido imaginando peligros y dolores, mientras escucha llorar a su madre en la habitación contigua.

Manuel supone el terrible daño que su proceder ocasiona en su esposa y en su hija, pero no puede hacer nada por evitarlo. Lo que siente por la enigmática Sara, es tan fuerte que piensa que sólo muerto podría dejar de amarla.

Lleva a la gloria este sendero
o lleva a la condenación?
Tú me dijiste : “Allá te espero”.
Y voy, e ignoro adonde voy.

¡Oh cuánto tiempo que camino!...
Atrás , atrás mi hogar quedó
y en él mi esposa hilando el lino
¡ Y me alejo, y no sé adonde voy!

En vano intenta arrancar, de su mente la imagen y de su piel las caricias, de este amor prohibido. Vanos son también sus intentos por recuperar la confianza de Amalia, que oculta su enorme aflicción bajo un manto de silencio, esperando el momento propicio para aclarar sus dudas.

En la primavera de 1915, Luisa Anabalón, una de las niñas más bellas de Santiago, que escribe bajo el seudónimo de Juana Inés de la Cruz y es una ferviente admiradora de Manuel, le envía un ejemplar de Lo que me Dijo el Silencio, su primer libro de versos con una hermosa dedicatoria, solicitando sus comentarios. El prólogo de Horas de Sol, segundo libro de esta poetisa que, un año después, se casara con Pablo de Rokha, es de Magallanes Moure.

Ese mismo año, Manuel, es elegido para presidir, los primeros Juegos Florales que se efectúan en Viña del Mar. A su cargo está el discurso inaugural, que prepara con esmero, evocando tiempos pasados cuando los trovadores, disputaban en verso diversos asuntos relacionados con el amor, ante la Reina que, junto a sus Damas de la Corte, entregaba el veredicto final y otorgaba los premios.

Aprovechando la ausencia de su marido, una tarde oscura y lluviosa, Amalia, fuerza los cajones de su escritorio.

Muerta de pena y vergüenza, lee las apasionadas cartas de Sara y algunos poemas manuscritos que él escribe para ella. En medio de su confusión le cuenta a Juan Francisco, su gran amigo y confidente, lo que acaba de comprobar.

Dime tú, amigo mío, lo que tengo que hacer, porque el dolor me impide razonar.
Ten calma, Amalia. Yo hablaré con Manuel.
¿Para qué? ¿Crees que vale la pena?
Siempre vale la pena atender a las razones del principal involucrado.
Haz lo que quieras, pero no te molestes en comentarlo conmigo. No me interesa saber sus razones. Estoy muerta.

Es tan grande el dolor que siente Amalia por la traición de Manuel, que decide no volver a participar activamente en ningún tipo de reuniones sociales que se efectúen fuera de su casa. De ahí en adelante sólo la seguirán frecuentando sus más íntimos amigos.

Amalia Vila Magallanes, la hija de Bernardino y Carlota, la niña de ojos negros que casi vuelve loco de amor a su primo, desaparece, por largo tiempo, de los círculos habituales, encerrándose en el interior de su casa. Con los años retomará, paulatinamente, sus actividades de ayuda a la comunidad.

Manuel se preocupa por la salud de su mujer. Quiere consolarla y no encuentra el modo. Sabe que él es la causa de sus sufrimientos y se desespera porque todavía la ama, pero ¿cómo explicarle que pase lo que pase nunca la abandonará a ella y a su hija, a quien adora?

¿Cómo lograr que entienda que el amor que siente por ella es diferente a la pasión que puede inspirarle alguna otra mujer?


Amalia mía
¿No ves que yo no tengo la culpa de ser como soy? ¿Crees tú que si yo pudiera no te ahorraría y me ahorraría yo mismo tanto sufrimiento inútil?...
...Lo que los otros digan no me importa; no quiero la aprobación del mundo, para nada. Bástame una sola alma que me juzgue: esa alma es la tuya. Pero ¿tú también me condenas? ¿ Tú, el único ser a quien he amado y amo de veras?
Tú, ángel soñado, esperanza de mi pecho, hermana de mi alma...

3.8.07

16.- ELLA DICE

Sus ojos suplicantes me pidieron
una tierna mirada y por piedad
mis ojos se posaron en los suyos...
Pero él me dijo: ¡más.

Álvaro Vila ha quedado muy solo después de la muerte de su esposa. Tiene muy buena situación económica y vive en una casa cómoda y espaciosa, en la calle Eyzaguirre, en compañía de dos antiguas empleadas que se esmeran en atenderlo. Como no tuvo hijos, se ha encariñado mucho con su sobrina Mireya y le gustaría poder verla más seguido sin tener que viajar a Santiago para conseguirlo. Últimamente no se ha sentido muy bien de salud. Además sabe que su hermana Amalia está pasando algunas apreturas, ¿ por qué no invitarlos a vivir con él, si sobra espacio y cariño para recibirlos ?

Ellos aceptan, agradecidos, la invitación.

De regreso en San Bernardo, Manuel, se sumerge en mil actividades. Una noche le muestra a su amigo Eduardo Barrios sus diarios íntimos y sus primeras cartas a Amalia y éste queda tan impresionado que comienza a idear un libro basado en esos escritos

Pero mi niño enloquecerá de amor ¿sabes? No logrará vivir junto a su amada, como lo hiciste tú...

¡Qué triste será entonces tu libro, Eduardo! Pero es verdad. La extrema sensibilidad puede llevar a la locura. No cabe duda.

Algunas publicaciones de la época le piden que escriba cuentos. Uno de ellos, Sol de Estío, obtiene uno de los primeros lugares en el certamen de El Mercurio. Entusiasmado decide publicarlos. Su libro ¿Qué es Amor? aparece en las librerías de Santiago, en 1914.

Acaba de ser nombrado Presidente de la Sociedad de Artistas y Escritores de Chile. Como tal debe presidir la próxima entrega de premios en los Juegos Florales, que se efectuarán en el Teatro Santiago, en diciembre de ese año.

Son los primeros Juegos Florales que se celebran en la capital y asistirán importantes personalidades encabezadas por don Ramón Barros Luco, Presidente de la nación. Manuel sabe que la responsabilidad del éxito o fracaso, será suya, y se esmera para que todo resulte de la mejor manera. Ya ha comprometido su asistencia el alcalde de Santiago, don Ismael Valdés Vergara. Sólo falta terminar de convencer a Miguel Rocuant para que, junto a Armando Donoso y a él mismo, integre el jurado.

Mientras tanto, Amalia, permanece sumida en una gran depresión. Ni los cuidados de su hermano, ni el cariño de Mireya pueden consolarla. Se siente sola y triste. Manuel, duerme por las mañanas, se levanta pasado el mediodía y, después de almorzar, toma el tren para Santiago.

A menudo, Amalia, lo oye llegar tarde por las noches y en silencio recuerda los días felices, cuando él no podía esperar para estar a su lado.

Sus labios suplicantes me pidieron
que les diera mi boca y por gustar
sus besos, le entregué mi boca trémula...
Pero él me dijo: ¡más!

Por esos días, Lucila Godoy, una niña del Valle de Elqui, escribe a Manuel, enviándole algunos poemas que ha escrito y pidiéndole su opinión acerca de ellos. Son versos magníficos y terribles, que lo impresionan y sorprenden.

Manuel le sugiere que mande sus poemas a los próximos Juegos Florales.

Atraídos por intereses comunes de índole artística e intelectual, comienzan a reunirse, en la oficina que comparten Pedro Prado y Julio Bertrand, quienes formarán, más adelante, el grupo de Los Diez

En diciembre de 1914, se efectúan los Juegos Florales. Se produce un empate para el primer lugar. Armando Donoso vota por Los Sonetos de la Muerte de una tal Gabriela Mistral, Miguel L. Rocuant, vota a favor de Plegaria a María de Julio Munizaga. Manuel debe decidir con su voto quien es el ganador. Lo hace a favor de la Mistral, reconociendo tal vez tras ese seudónimo los versos de la niña del Valle de Elqui, quien recibe la máxima distinción en el certamen llevándose la medalla de oro y la corona de laurel.

Al día siguiente Manuel recibe una carta de Lucila en que le dice que fue al Teatro Santiago, sólo por verlo y oírlo, sin pensar en que podía resultar triunfadora. Que está triste porque no pudo verlo. Que sólo logró escuchar su voz, perdida entre la multitud. Que necesita que le escriba.

Este será el punto de partida para una abundante correspondencia entre ambos que se prolonga a lo largo de nueve años. Lucila se enamora perdidamente de él y se lo hace saber a través de sus cartas. Pero, evita el encuentro, porque teme desilusionarlo con su fealdad. Muchas veces está a punto de hacerlo, pero siempre se arrepiente en el último momento.

Tú no serás capaz (interrógate a ti mismo) de querer a una mujer fea. Hoy, ayer, varios días, desde que mi viaje se ha decidido, vivo pensando en nuestro encuentro. Y me voy convenciendo de que va a ser la amargura más grande de mi vida...

... Yo no sé si mis manos han olvidado o no han sabido nunca acariciar; yo no sé si todo lo que tengo aquí adentro se hará signo material cuando esté contigo, si te besaré hasta fatigarme la boca, como lo deseo, si te miraré hasta morirme de amor, como te miro en la imaginación.