DE MIS DIAS TRISTES

En 1999 el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile publicó el libro "De mis días tristes" donde cuento algo sobre la vida y obra de mi abuelo, el poeta, pintor, dramaturgo, crítico de arte y cuentista chileno, Manuel Magallanes Moure (1878-1924) El nombre de cada capítulo corresponde al título de uno de sus poemas, los que pueden leerse completos en el Link Los poemas de mi abuelo. El prólogo es de la escritora Ana María Güiraldes.

24.2.06

2. DE MIS DIAS TRISTES

Flota un vago perfume...
Así el perfume de tu alma de mujer enamorada.
Así tan leve, así tan vago...

¡Acaso este perfume delicioso es tu alma!

San Bernardo es una ciudad tranquila, cercana a Santiago. Se distingue por la frondosidad de sus árboles, la frescura de sus acequias y el aroma de sus quintas, colmadas de flores y frutas.

Ahí pasan largas temporadas, Bernardino Vila y su esposa, Carlota Magallanes.

Manuel comienza a frecuentar la casa de sus tíos los fines de semana y, a veces, su permanencia se alarga por varios días. Se lleva muy bien con sus primos quienes son especialmente cariñosos, pero el centro de su afecto es su prima Amalia por quien siente una verdadera devoción.

Ella, la octava entre sus hermanos, es diez años mayor que Manuel y siente una gran ternura por él. Sin ser bonita tiene una sonrisa que ilumina tinieblas, unos ojos negros tan misteriosos como expresivos y una simpatía contra la cual se estrellan todas las agresiones.

Termina el verano de 1889. Amalia cumple veintiún años y hay fiesta en casa de los Vila Magallanes. Desde temprano los sirvientes se afanan sacando brillo a la platería y luz a los cristales. En la cocina no se puede respirar siquiera, sin granjearse las iras de la Mama Lala, que bufa con su moño envuelto en una pañoleta blanca, mientras va ordenando los alfajores y yemitas acarameladas sobre la lata del horno.

Carlota supervisa a los empleados para que todo resulte impecable, ayudada por Ana, su hija menor, que no pierde oportunidad de probar los exquisitos dulces especialmente preparados para la ocasión. El salón luce espléndido. Las lágrimas lanzan destellos desde las lámparas mientras los espejos rivalizan en la perfección de sus lunas. Todo está dispuesto para que la fiesta sea un suceso.

Bernardino se retira temprano de su oficina, para llegar a tiempo de preocuparse de los licores y vinos, que debe escoger en su bodega. Lo más selecto de la sociedad participará de este acontecimiento y él debe ofrecerles lo mejor de lo mejor.

Por ser una fecha tan especial, Manuel es autorizado para quedarse en pie. Es la primera vez que podrá estar en un baile, aunque no pueda participar, debido a su corta edad.

Desde el jardín mira, a través de los ventanales, cómo bailan las parejas en el salón. ¡Qué elegantes se ven sus primos! ¡Qué linda se ve Anita con ese traje rosado! ¡Qué bien toca la orquesta! Todo es novedoso y emocionante para este niño que dentro de poco tendrá que irse a la cama.

De pronto ve pasar a su prima Amalia, envuelta en tules celestes, en brazos de su pareja. Su corazón comienza a palpitar como si se tratara de una aparición sobrenatural. Una inquietud desconocida, mezcla de amor y deseo, lo recorre por dentro.

Temblé.
Miré en redor y mi mirada
se hundió en la negra sombra de la noche.

Sentí fuego en los ojos... Eran lágrimas.

Como es todavía un niño, a Manuel, le resulta fácil deambular por la casa de sus tíos sin llamar la atención y entrar cuando quiere al cuarto de Amalia, que incluso le permite acompañarla en sus siestas y descansos, sin sospechar que en el corazón de su primo, comienza a gestarse una pasión amorosa.

Pasan los años y lo que comenzó siendo un entusiasmo infantil, al llegar la adolescencia, se convierte en delirio.

Manuel sufre sus primeras penas de amor. Empieza a sentir celos de los pretendientes de su prima. Inventa pretextos para estar con ella. Se siente enfermo cuando no puede verla. Llora sin motivo.

A escondidas, cuando nadie lo vigila, penetra en la habitación de Amalia y busca su perfume. Su huella entre las sábanas. Su calor.

Y hallé las dulces huellas que buscaba
y el tibio aroma de tu cuerpo amado
llegó hasta el fondo mismo de mi alma.
Y lloré de placer y de amargura
y amoroso besé, mordí, con rabia,
y fue un delirio enorme y angustioso.


23.2.06

3 . LA CONFESIÓN

Yo llegaré ante ella y le diré : Perdona
si mi boca el secreto de mi alma traiciona.
Como guarda la tierra la simiente , he guardado
la pasión indomable que en mi pecho has sembrado.
Oculto en lo más hondo de mi ser he tenido
este amor invencible que me tiene vencido.

Manuel, intenta, por todos los medios, ocupar su mente en diversas actividades para olvidar este amor imposible, pero todo esfuerzo es en vano. Lo que siente por Amalia, desvela sus noches y obsesiona sus días.

Me he quedado dormido. Antes había sol, ahora ya es la tarde. ¿Por qué estaré tan desasosegado? ¿Por qué tanta tristeza? Es algo, Amalia mía, como si no fuera a verte más. Desesperación.

Poco a poco se va oscureciendo. Ya es la oración. ¡Qué tristeza como suenan las campanas en la capilla! Mi cama va quedando en la oscuridad. Siento a mi mamá que sube la escala y me hago el dormido. Llega. Me pasa la mano por la frente, me cubre la espalda y se sienta. Yo quiero creer que eres tú. Quiero figurarme que esa mano cariñosa es tuya. ¡Quiero desearlo así! Porque mi pasión es tan grande, tan inmensa, que el día llegará en que sólo tú existas para mí.

Continúa viajando, periódicamente, a San Bernardo. Se siente feliz en esa ciudad de calles dormidas, lejos del bullicio de Santiago. Ahí está todo lo que necesita para ser feliz. Ahí está quien da sentido a su vida.

Por esos días muere Carlota, la madre de Amalia, y el hogar de los Vila Magallanes se convierte en un negro velatorio. Manuel sufre y se angustia al ver tan triste a su prima y hace lo posible por consolarla. Ella es muy cariñosa con él. ¿Cómo no serlo si además de ser simpático e ingenioso, está siempre dispuesto a acompañarla en sus paseos y complacerla hasta en los menores detalles?

A menudo, los dos primos, viajan a Santiago y se sumergen entre los volúmenes de la Biblioteca Nacional, que funciona en la calle Bandera. Les gusta comentar los libros que leen. Amalia le presta las obras de Anatole France que son sus favoritas y Manuel le recita algunos poemas de Byron.

Por las tardes, ella se instala al piano e interpreta música de los clásicos. A veces incorpora melodías populares y él la acompaña con su canto. Y cuando llega la primavera, esperan ansiosos el fin de semana para recorrer la quinta y juntos descubrir colores y aromas nuevos.

Pasan los meses y Amalia debe viajar a Valparaíso. El le pide que le regale un rizo de su pelo para tener un recuerdo suyo mientras esté lejos. Ella ríe con la ocurrencia pero le da en el gusto. La estadía en el puerto, por motivos familiares, se prolonga más de lo previsto. Manuel se desespera sin poder verla y escribe, para ella, uno de sus primeros poemas:

Cuando en las tardes ya la luz se apaga
y en triste soledad de ti me acuerdo,
acaricia mi mente tu recuerdo,
poética visión.

Aquel rizo castaño que me diste,
con lágrimas y besos empapado,
él te podrá decir cuánto ha llorado,
mi pobre corazón.

La ausencia de Amalia continúa y la vida de Manuel es un desastre. No puede concentrarse en sus estudios. Si intenta leer, no entiende nada y debe volver atrás sobre las mismas páginas. Si sale con sus amigos, los encuentra aburridos. Si intenta pintar, no logra dar sino unas cuantas pinceladas.

Para despejar su mente, todos los días antes de la cena, sale a caminar.

Esa tarde, el cielo está despejado. La luna se oculta tras los cerros y empiezan a surgir las estrellas. La noche se pone repentinamente más fresca, como si la luna se hubiera llevado consigo todo el calor y mientras regresa a casa, Manuel, siente el deseo imperioso de escribirle a Amalia.

Al releer la carta, se da cuenta que su pasión secreta lo ha sobrepasado. Su primer impulso es romperla pero después decide que lo mejor será confesarle, de una vez por todas, lo que tanto le atormenta:

En el día he leído y he pintado y sobre todo he pensado mucho, pero como siempre, después de tanto pensar he sacado en consecuencia que la vida para mí, sin tenerte a ti, es un continuo aburrimiento y que si no vienes luego... me voy a volver loco o demente.

Tengo un retrato tuyo en mi reloj y todo el día me lo paso mirándolo y besándolo. Tengo aquel rizo castaño que me diste, que es como si tuviera tu cabecita. Tengo un pañuelo que estuvo contigo muchos días. Tengo, en fin, mucho tuyo y sin embargo no me basta ¿Sabes por qué? Porque no tengo tus palabras; porque no tengo tus miradas; porque no tengo delante de mí a mi ídolo, a mi único Dios aquí en la tierra. Mi Dios, porque en tus manos está mi destino: el cielo o el infierno...

...Anoche fui a la Estación a esperar a mi hermano Valentín; me fui a pie por la Alameda para pensar en ti a mis anchas... ¿Cuando te vienes para poder hablar contigo, mirarte y abrazarte? Estoy verdaderamente hambriento por verte.