DE MIS DIAS TRISTES

En 1999 el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile publicó el libro "De mis días tristes" donde cuento algo sobre la vida y obra de mi abuelo, el poeta, pintor, dramaturgo, crítico de arte y cuentista chileno, Manuel Magallanes Moure (1878-1924) El nombre de cada capítulo corresponde al título de uno de sus poemas, los que pueden leerse completos en el Link Los poemas de mi abuelo. El prólogo es de la escritora Ana María Güiraldes.

16.3.07

12.- SUS OJOS

Sí: ya sé que no debo pensar en ella...
Que está de mí tan lejos como esa estrella
que desde el firmamento su luz derrama.

Sé que todo es un sueño... que no me ama.
Pero cuando me dicen: “no la recuerdes”
parece que me miran sus ojos verdes.

Manuel cae en la tentación, fascinado por el verde mirar de unas pupilas. La musa inspiradora de nuevos poemas es Rosa de la Cerda, su vecina de enfrente. Ella está casada. El inventa pretextos para visitarla y pasar algunos momentos en su compañía. Le lleva libros. Le ofrece artículos interesantes que recorta de la prensa. Le pide su opinión acerca de sus poemas. Y, entusiasmado por lo novedoso de esta amistad sentimental, le dedica una sección de su último libro de versos, La jornada, identificándola bajo el nombre de una flor.

Amalia no puede creer cuando sus amigos le advierten lo que está a punto de suceder. Sabe que él va muy seguido a la casa de enfrente, pero no le ha dado mayor importancia y ha preferido mantenerse en su lugar. Se resiste a creer que su Manuel pueda hacer algo semejante y dejarla en ridículo ante todo el mundo. Ella vio el borrador del libro y estaba dedicado a ella. En la primera página leyó : “A Amalia”. ¿Y entonces?-

Pero La jornada pronto está en las librerías, y ella en boca de todos.

El se defiende. Le dice que Rosa es sólo es una musa espiritual. Que no es real. Que ella es el único y gran amor de su vida. Que el libro entero está dedicado sólo a ella. Amalia le echa en cara su egoísmo y su crueldad.

Desesperado, Manuel, le escribe

Me hablas de mi libro y me dices que al publicarlo sólo he pensado en la felicidad de ella y no en tu amargura. ¿Me has visto contento tras la aparición de mi libro? ¿Me has oído hablar de él siquiera? Nada de esto ha existido y sobre mi propia pesadumbre, que es amarga porque es mía, porque la siento en mí mismo, derramas tú la hiel de un cargo injusto.

...Ante la vida, ante la muerte, juro que te quiero, que te amo, no como un marido a su esposa sino como un hombre ama a su mujer.

¡Créemelo, Amalia mía! ¡Cree en mi amor y seremos felices, como antes lo fuimos!

¡Tuyo siempre!

Amalia sufre en silencio. Sus presentimientos no fueron erróneos. Casarse con alguien tan joven y además artista, constituía un riesgo enorme.

Pero ella es una señora. Ella nunca hará un escándalo. Pronto todo será como antes. Como siempre debió ser.

Los meses pasan y llega la noche de Año Nuevo. Manuel y Amalia, comen temprano porque han dado permiso a los criados para que salgan. La cena resulta muy alegre y ambos ríen de buena gana con las ocurrencias de sus hijas. Luego , Amalia, va a acostarlas y mientras se preocupa de ordenar la casa, Manuel las acompaña hasta que se duermen. Entonces los dos se instalan en el salón, conversan, como en los viejos tiempos, y una dulce calma los envuelve mientras esperan el cañonazo de la media noche. Manuel se sienta en la mecedora y enciende un cigarro. Amalia se dispone a tomar su bordado. Un rizo castaño cae sobre su frente y Manuel recuerda ese otro rizo que un día ella le regalara, hace tantos años, cuando se iba a Valparaíso. Una ternura enorme se apodera de él.

Amalia ¿recuerdas esa pieza de Schumann que tanto me gusta?

¿ Papillons ?

Me sentiría muy contento si la tocaras para mí.

Es que... las niñas podrían despertar.

Yo juntaré la puerta y tú apenas presionarás las teclas ¿quieres?

De acuerdo, Manuel, voy por mis anteojos.

No tardes, Amalia mía. No tardes...