11.- LA JORNADA
desenvolvió a lo largo de la noche
la ondulada silueta del camino...
... Marcharon los viajeros y a medida
que avanzaban, las sombras de la noche
se iban desvaneciendo.
Entre los muchos amigos que frecuentan la casa de los Magallanes Vila, está Juan Francisco González, a quien le encanta pintar bajo los árboles de la quinta. Otros, como Víctor Domingo Silva y Baldomero Lillo, hermano de Samuel, se instalan a la sombra de la frondosa higuera para hablar de cuentos y poesía.
Las tertulias se prolongan hasta altas horas de la noche. Se habla de arte, de literatura y música. Recitan poemas. Interpretan obras en el piano y si hay alguno que destaque por su voz, se improvisan canciones. Uno de los más entusiastas asistentes es Augusto Thomson. Con su apariencia distinguida y modales finos, intenta ocultar su origen tan oscuro como humilde, pero su talento literario es indiscutible.
En 1904, Thomson junto a Julio Ortiz de Zárate y Fernando Santiván, en un afán de imitar al gran escritor ruso, forman la Colonia Tolstoyana, con la idea de vivir en contacto con la naturaleza y vivir de lo que ella les brinde, cultivando tanto el intelecto como la tierra. Deciden instalarse en La Frontera, al Sur del país. Cuando el tren en que viajan pasa por San Bernardo, encuentran en la estación a Manuel quien les hace un simbólico aporte monetario para ayudar a tan mágica empresa, como cuenta Augusto d’Halmar en sus Recuerdos Olvidados :
Al llegar al pueblo, son acogidos por Manuel y Amalia, quienes los invitan a comer con ellos, esa misma noche.
Fernando Santiván recuerda esa velada en sus Memorias de un Tolstoyano:
Esa noche nos recibió Magallanes Moure con esa su gentil llaneza que infundía, de inmediato, seguridad y confianza.
A pesar de su juventud, la renegrida barba y el invariable traje negro le daban aire majestuoso y patriarcal; pero, bien pronto, la corbata flotante y el flexible chambergo bastaban para insinuar un imperceptible santo y seña de despreocupación y camaradería. Emanaban de su persona elasticidad y fuerza, atemperadas por un vaho de somnolencia felina que lo envolvía en sobria distinción y elegancia. Y, fuera de esto, asomaba el rostro pálido, ligeramente dorado por el sol, entre la fina enredadera sombría de la barba moruna, la sonrisa acogedora de los rientes ojos castaños, que hubieran sido placenteros por completo si no burbujeara en ellos leve chispa de ironía...Pocas veces hemos encontrado en la vida persona que reuniera, como Magallanes, tanta armonía entre su obra artística y la severa gracia de su estampa.
Amalia Vila no era quizás ni muy hermosa ni muy joven, pero su rostro ovalado y ligeramente moreno era simpático, vivaz y acogedor.
La comida transcurrió en un ambiente amable y cordial. Augusto entretuvo a los concurrentes narrando nuestras aventuras en la pasada expedición.
- ¡Pobres niños! - exclamó Amalia al finalizar el relato - No es posible que continúen tales aventuras... Son demasiado peligrosas. La colonia deberá fundarse aquí, en San Bernardo. Ya hemos decidido con Manuel entregarles un terrenito para que inicien su ensayo. Es verdad que habrá que esperar algunos días hasta que desocupen las habitaciones que tenemos arrendadas. Pero, pueden contar con eso.
Pasamos de nuevo al salón y allí terminamos la velada escuchando versos de Magallanes Moure, bellamente recitados por Augusto, música de Mozart y Beethoven, ejecutada al piano por Amalia y delicados poemas de Maeterlinck, puestos en melopeya por Ortiz de Zárate.
De la caldeada tierra
suben vapores trémulos;
no hay un soplo en la atmósfera
ni una nube en el cielo.
Brota sudor copioso
tras el más leve esfuerzo,
y hay sabores amargos
en los labios sedientos.
Con mucha alegría reciben, de parte de León Tolstoi, el envío de 15 rublos y una tarjeta postal escrita en ruso, que nunca logran descifrar. Otros intelectuales llegan a San Bernardo con la idea de incorporarse. Entre ellos Pablo Burchard y Rafael Valdés. Finalmente, a pesar de la ayuda recibida y de los esfuerzos titánicos de Ortiz de Zárate y Santiván por salir adelante, sucumben ante la comodidad de Augusto y lo descabellado de esta utopía.
Manuel y Amalia, mientras tanto, comparten días felices junto a sus hijas. Hacen planes. Sueñan con una casa en Cartagena, en lo alto de un cerro, desde donde puedan contemplar cómo el sol se oculta tras las olas, en la Playa Grande. Un refugio para escribir y pintar lejos del bullicio mundano.
hacia la mar que nos llama
El sol inunda la senda
y no hay sombra que nos valga.