DE MIS DIAS TRISTES

En 1999 el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile publicó el libro "De mis días tristes" donde cuento algo sobre la vida y obra de mi abuelo, el poeta, pintor, dramaturgo, crítico de arte y cuentista chileno, Manuel Magallanes Moure (1878-1924) El nombre de cada capítulo corresponde al título de uno de sus poemas, los que pueden leerse completos en el Link Los poemas de mi abuelo. El prólogo es de la escritora Ana María Güiraldes.

9.11.07

20.- EL CAMINO SOLITARIO

El camino sigue, ondula
por sobre los cerros áridos
y por él va sólo el ruido
de nuestros lentos caballos.

Los dos juntos, los dos solos,
lejos de todo poblado...

¡Que nunca te detuvieras,
buen camino solitario!

En 1918, aparece en las librerías, La Casa Junto al Mar.

Pedro Prado, uno de sus amigos más queridos, le escribe comentándole su, recién publicado, libro de poemas.

Tú sabes, Manuel, mi opinión sobre tus últimas producciones...
En éste, tu último libro, se hallan las poesías más bellas y más hondas que hayas escrito y que contarán siempre entre las mejores de nuestra literatura.

Manuel, quisiera hablar contigo sobre todo esto, aquí en este sitio propicio. Las dos naves de antiguas paredes, que conservan huellas de toneles y aún huelen a viejos vinos saben albergar otras causas de ensueño y de locura. Si tú vienes tañeré siete veces la campana de esta chacra...

Subiremos a lo alto de la torre y después de contemplar largamente todo lo que encierra el círculo del horizonte, hablaremos cada vez más a las perdidas, de cosas imprecisas.

¿Te espero el sábado a almorzar?


La invitación de Prado, tendrá que esperar. Julio Bertrand, el arquitecto inquieto que bosquejara la Torre de los Diez, muere a los treinta años de edad, después de una larga agonía,

Es el primero de los hermanos decimales que abandona el grupo y su partida los conmueve profundamente

Manuel siente la necesidad de pintar pero los colores de su paleta le parecen demasiado festivos en medio de su pena, entonces, mientras recuerda a su amigo desaparecido, enluta en carboncillo los árboles de San Bernardo.

Camina por las calles de la ciudad tratando de dejar en ellas su tristeza y acuden a su mente los versos de la Elegía, que escribiera en 1904 para su gran amigo, Isaías Gamboa.


Así, en la sombra, hermanos, acerquémonos
para hablar del hermano que se ha ido.

¿Recordáis su semblante atormentado?

Eran sus ojos, que agobió el hastío,
tristes como la llama de una lámpara
que ardiera en pleno día; cual dos cirios
ante un rayo de sol. Y en lo más hondo
de sus hondas pupilas, el fatídico
desfile de las negras obsesiones.

Y se cumplió el destino.