DE MIS DIAS TRISTES

En 1999 el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile publicó el libro "De mis días tristes" donde cuento algo sobre la vida y obra de mi abuelo, el poeta, pintor, dramaturgo, crítico de arte y cuentista chileno, Manuel Magallanes Moure (1878-1924) El nombre de cada capítulo corresponde al título de uno de sus poemas, los que pueden leerse completos en el Link Los poemas de mi abuelo. El prólogo es de la escritora Ana María Güiraldes.

22.5.07

14.- COMO UN CONVALECIENTE

¡Qué triste está mi alma desde que no te veo!

Pálido sol de invierno baña el desnudo huerto

por cuyas sendas húmedas, pensando en ti, camino

¡Vieras tú con qué esfuerzo mis lágrimas domino

cuando evoco tu imagen en el huerto desierto!

A comienzos del mes de marzo de 1912, Amalita, la hija mayor, enferma gravemente. La llevan a Santiago. Todos los esfuerzos médicos resultan inútiles.

La dulce niña rubia, de sólo ocho años, muere, llenando de oscuridad y llanto el hogar de los Magallanes Vila.

Amalia, siente tanto dolor que casi muere con ella. Manuel cae en una profunda depresión y decide vestir de negro por el resto de sus días.

¡Te fuiste, niña mía! Y contigo se fueron los dorados días de sol. ¿Donde está la alegría y la luz de tus ojos amados?...

Ahora tu madre con los ojos rojos de llorar se inclina callada sobre la labor y a cada puntada se lleva el pañuelo a los ojos.

Ahora tu hermanita, en un rincón, sus muñecos apresta, pero no ríe ni grita y es triste su fiesta porque sus discursos quedan sin respuesta.

Ahora mi mirada está fija en la puerta cerrada. Como las novias de los cuentos estoy, con los oídos y los ojos atento, por ver si regresas, mi niña amada.

La pequeña Mireya, desconcertada y triste, queda como un puente en medio de sus padres.

¿Y dónde está Amalita?

Tu hermana se fue a hacer un largo viaje.

¿Y por qué no me llevó con ella?

No pudo, hija. No pudo.

¿Y por qué no fueron ustedes con ella?

Porque no nos necesitaba.

¿Y no tendrá miedo?

Es que ella, ahora, es un ángel, Mireya, y los ángeles no sienten miedo.

¿Y por qué la dejaron ser un ángel si eso les da tanta pena? ...

¿Y cuándo vuelve?...

¿Y con quién juego yo ahora?...

Ya nadie responde a sus preguntas y sin entender esta situación tan extraña para sus escasos seis años, la niña pasa los días sumergida en el silencio de su padre y las lágrimas de su madre.

Canta el agua en los tejados
con rumor claro y monótono
y de los aleros penden
los entretejidos chorros.

La vieja casa está muda
y sus corredores solos.
Apenas si tras un vidrio
se ve un pensativo rostro.

Amalia no quiere seguir viviendo en esa casa que le trae tantos recuerdos de su hija. Tampoco quiere la casa que soñaron en Cartagena y que se encuentra a medio construir.

No quiero nada que me la recuerde. Nada, Manuel ¿entiendes?

Entiendo, Amalia. Yo tampoco lo quiero. Nos iremos a vivir por un tiempo a Santiago ¿te parece?

Una vez instalados, Manuel, se va a pasar unos días al Cajón del Maipo. Mientras Amalia oculta el llanto ante su hija y se preocupa del funcionamiento de la casa, él recorre los paisajes cordilleranos y convierte en poemas sus atardeceres y en pinturas sus cumbres.