8.- ELEGÍA DE OTOÑO
Y caerán las hojas, lentamente,
con un rumor pausado y melancólico.
Rumor como de lágrimas que caen
golpeando sordamente el negro dorso
de un horrible ataúd...
¡Así mis lágrimas
tañeron su compás lento y monótono
sobre la caja que encerró a mi madre
en una noche lúgubre de Otoño!
Junto a su familia y a sus más íntimos amigos, Manuel, despide el siglo en un fin de año que le resulta lleno de emociones encontradas.
Es el último Año Nuevo que pasará junto a su madre.
Mientras el otoño llega, cubriendo de amarillo y rojo la ciudad, muere Elena.
Manuel se sume en un llanto silencioso y profundo. Siente que con su madre desaparece el único ser que lo amó sin condiciones. Tiene la impresión de que es su infancia y su adolescencia, lo que muere. Ve que todo su pasado corre el riesgo de desaparecer. Ella era la única persona con la cual recordaba detalles de su niñez, allá en La Serena, cuando su mundo era luminoso y feliz.
Sin su presencia, la casa está vacía.
Recuerda cuando salían juntos a caminar por la playa y esperaban la puesta del sol. Le parece oírla susurrar mientras prepara el chocolate caliente. Escucha el crujir de sus pisadas en el corredor. Extraña sus caricias y sus besos.
Le sobran las manos sin poder tomar las de su madre. Le sobran los labios sin poder besarla en la frente como cada mañana. Le sobra el tiempo que dedicaba a conversar con ella.
Me siento como un niño
extraviado en la fiesta.
¿Dónde estás, madre mía ?
No eres esa, ni ésta
ni aquella... Madre mía
¿cómo hallarte si ignoro
cuál eres? Te he buscado
y al no encontrarte, lloro.
Se sabía el preferido de su madre. Por ser de carácter amable y contemplativo, ella se avenía más con él que con Valentín y Carlota, sus otros hijos, de temperamento más inquieto e impaciente
Cierra los ojos y vuelve a verla caminando por la orilla del mar y deteniéndose a contemplar el vuelo de las gaviotas y el romper de las olas.
Siente el roce de sus manos y el perfume a azahares que siempre la rodeaba. La ve haciéndole señas desde lejos, envuelta en el azul de su vestido. Intenta acercarse a ella.
Entonces, ve que está solo. Que ya nunca más podrá sentir sus caricias ni escuchar su voz. Y su llanto se pierde en los recovecos de su pena.
Y su dolor es aún más grande porque su adorada Amalia no está junto a él.
Madre, ahora comprendo.
No sufrió tu Jesús como sufre tu hijo.
Junto a su cruz, María,
la madre, la tiernísima.
Yo solo, madre mía.
Yo solo, con mi cruz!
11 Comments:
No puedo creer que ninguna editorial se haya interesado por publicar una segunda edición de este libro. Lo encuentro sencillamente precioso.
Felicitaciones, Mireya Redondo
Muchas gracias, Pedro.
oye cote soy tu nieta tu libro me gustó mucho esta bkn xau
Hace tiempo escuché en la radio Beethoven un programa que hizo el gran Patricio Bañados con este libro. Me pareció una joyita
Que historia de amor más emocionante y difícil de mantener. Me tiene con el alma en un hilo. Felicitaciones Mireya Redondo.
somos varios lo que estamos esperando el próximo capítulo ¿cuando viene?
Qué bien escribes... ¿diriges algún taller literario?
No puedo escribir un libro sobre mis abuelos porque fueron unos viejos tacaños buenos para nada.
Agradezco todos los comentarios. Me hace muy feliz leer lo que me dejan cuando vienen a visitarme.
Por favor, Malagradecido, un poquito de respeto con tus abuelos... ¿no sabes que nuestros muertos nos habitan?
Querida Mireya, volver y encontrar este tierno y también tristísimo capítulo me produce emociones encontradas.
Una la alegría de ver que continúas, la lectura, la tristeza que provoca el momento que describes.
Te dejo un abrazo cariñoso y mis mejores deseos navideños
Muchísimas gracias, Lety. Tus visitas me encantan. Mis mejores deseos para ti, también.
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